Venir al mundo es aparentemente fácil. Te conciben
y luego te expulsan. Lloras como señal de que todo está bien. Irónico. Y
después ya dispones de unos 90 años para tratar de sobrevivir. Pero no todo es
tan negro, claro. Vivir significa viajar a lo desconocido y con ello
experimentar infinidad de cosas que todavía ni sabemos. O por lo menos yo lo
veo así. A veces el viaje se pone turbio y no todo va como esperamos. Pero
otras veces desearías quedarte allí para siempre. En momentos concretos o
personas concretas que algún día podrían fallarte. Creo que siempre le tuve
miedo a eso. Al abandono. Siempre dicen que comía fatal y que dormía todo el
santo día. Un poco como ahora excepto por lo de comer. También lloraba por
todo. Creo que por eso me resulta tan difícil hacerlo ahora. O por lo menos en
público. Pero eso da igual porque de lo que realmente quiero hablar es de la
gran responsabilidad que comporta nacer. En el mejor de los casos nacer supone
estar a la altura de un sistema que no te dejará SER sino EJERCER. Nacer es
trazar un camino ya predeterminado sin que puedas plantearte el por qué. Nacer
es ser un buen hijo, un buen amigo, es poder ser madre algún día y ocupar un
buen puesto en un trabajo que probablemente no te hará sentir realizado. Y no
hablemos de todos aquellos países en los que nacer significa luchar por no
morir. Pero nacer también es poder ser el primero en cambiar todo esto, ¿no? Quiero
decir, yo no lo hubiera soportado si todavía estuviera siendo quién esperan que
sea. Como tampoco hubiera podido estudiar algo que no genere un compromiso real
con lo que quiero decir o aportar. Alguien especial me dijo: "Siempre
tiene que haber una primera persona que rompa el ciclo". Y tiene mucha razón. La primera
vez que sostuve un bebé en brazos supe que no querría ser madre. Ahora estarás
pensando que es demasiado pronto para tomar una decisión tan premeditada. Por
dios, solo tienes 23. Pues la verdad es que no tengo ninguna fe en que mi instinto
maternal aparezca en algún momento. Cuando me otorgaron la responsabilidad de
agarrar aquel niño con cierta desconfianza pensé dos cosas bastante
alarmantes: hueles raro y pesas mucho. (Dije que era alarmante). Mientras todos
ponían caras raras y balbuceaban el idioma inventado por los adultos para
referirse a los más pequeños, yo solo quería huir. Creo que fue entonces cuando
empecé a darme cuenta de que aquellas situaciones no iban conmigo. De que el
código en el que se mueven los adultos no iba absolutamente conmigo. Pero para
mi sorpresa, tampoco ocurrió con los de mi edad.
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